Quedan pocos días para el inicio del curso escolar, un año que se prevé complicado por la incertidumbre generada ante el calendario de aplicación de la LOMCE (Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa) y el nuevo escenario político que resultó de las últimas elecciones regionales y municipales. Más aún si tenemos en cuenta los cercanos plebiscitos nacionales con el pluripartidismo a las puertas de su confirmación.
Si echamos la vista atrás, pronto nos daremos cuenta que en nuestro país no se han hecho las cosas del todo bien en materia de educación y fruto de ello son las prolíficas leyes que han derogado o modificado a sus anteriores en los últimos 30 años. Si hacemos un histórico, nos encontramos la Ley Moyano (1875) en primer lugar y noventa y cinco años después la Ley General de Educación. A partir de 1985 comienza el baile con LODE y a continuación LOGSE (1990), LOPEG (1995), LOU (2001), LOCFP (2002), LOCE (2002), LOE (2006) y finalmente LOMCE (2013). No hay que ser muy docto en la materia para darse cuenta que son demasiadas en tan poco tiempo, y que existe una desconexión evidente en las reformas de la educación no universitaria (siete leyes) y la Universidad (una única ley, LOU). Cada una de las leyes educativas han venido a mejorar a la anterior, sería un error demonizar cualquiera de ellas, incluida la LOMCE. Esta última tiene como principales objetivos desarrollar aspectos relacionados con la evaluación y las nuevas metodologías que podemos implantar en las aulas (véase "cono" de Edgar Dale).
Si hiciéramos una encuesta entre la población, preguntando quiénes son los responsables de esta situación, el 99% emitiría la misma respuesta, los políticos. Y efectivamente la gente lleva razón. Ahora bien, si hacemos una pequeña reflexión en términos de autocrítica, todos los agentes implicados en el ámbito educativo tenemos nuestra parte de responsabilidad. Esto es, docentes por su falta de unión ante tanto cambio normativo; sindicatos, movidos más por su ideología política que por su compromiso por mejorar el sistema educativo en general; madres y padres por no reivindicar para sus hijos el mejor escenario educativo, unirse al resto de agentes implicados y luchar juntos todos para que, efectivamente, todos los partidos políticos firmen un acuerdo común y despolitizado en materia educativa.
Hasta aquí la descripción, bajo mi modesto punto de vista, del panorama educativo. Como no está en mi ánimo hacer un artículo en clave negativista ni inculpatorio hacia nadie, ya que todos tenemos nuestra responsabilidad, veamos qué podemos hacer a partir de ahora. Lo que está claro, es que la sociedad reclama un cambio en este sentido y pide a sus dirigentes quesienten en una mesa a docentes, sindicalistas, técnicos, asesores, pedagogos, psicólogos,… en definitiva a nuestros mejores expertos, que los tenemos y muy buenos, para elaborar un texto apolítico y atemporal. Es difícil, seguro que sí, pero estoy convencido que menos de lo que parece y con capacidad de diálogo, alturas de miras y apertura mental es posible hacerlo.
Un texto que recoja las líneas fundamentales, las bases sólidas para la construcción del nuevo español del siglo XXI. Como punto de partida, la cúspide de este iceberg, el inicio del camino, no puede ser otro que la adaptación de la formación inicial del profesorado en nuestras universidades, muy desconexionada de la realidad que viven nuestras aulas. Para ello un doble perfil del docente universitario, el profesor investigador y el profesor con experiencia como docente en los diferentes tramos educativos. De esta manera este último, aporta su visión actualizada y real de los contenidos que se están trabajando en el aula y la metodología más adecuada, mientras que el investigador desarrolla su labor especializada sobre aquellos temas de importancia que le son transmitidos por sus compañeros docentes. No es ni más ni menos que investigación-acción pura, pero sobre temáticas que van a tener su reflejo en las aulas y no temas baldíos que solo sirven para culminar másteres y doctorados, que poco van a aportar a la mejora de la enseñanza de nuestros alumnos.
Y si hacemos las cosas bien podremos conseguir múltiples beneficios, entre otras cosas, porque tenemos a grandes profesionales, motivados y cualificados en las aulas de nuestro país. Podremos conseguir cohesionar el mundo laboral y el académico a través de la Formación Profesional y las carreras universitarias. Marcar objetivos educativos claros para los próximos veinte años, siempre revisables, pero con pilares firmes y en coordinación con el proyecto educativo Europeo. Mayor coordinación entre las diferentes etapas educativas. Docentes más motivados, dedicados a mejorar su docencia diaria y no a tareas burocráticas. Conseguiremos definir con claridad el modelo de persona, de estudiante y de trabajador que queremos para nuestros hijos. Lo anterior nos llevaría a aumentar la cualificación profesional del trabajador y modificar nuestro sistema económico "reproductivo" en "productivo". Mejoraría la valoración social del docente y nos permitiría definir un nuevo modelo de carrera docente basado en la calidad.
Ha llegado la hora de olvidarnos de siglas políticas, pensar como nación y poner los mimbres para construir a la mejor generación de españoles, con los mejores valores, personas críticas, constructivas e innovadoras.